Un respeto para la ironía. Por Amando de Miguel

El rey del gasto público pide que ahorremos. Un respeto para la ironía. Ilustración de Linda Galmor

«La ironía puede hacerse para burlar la censura o las convenciones sociales y expresar el contenido del mensaje de una manera oblicua»

 

La ironía es un recurso retórico del lado del humor o de la burla sutil para suavizar los posibles conflictos entre los que se comunican o los que reciben ciertos mensajes. El sarcasmo añade un punto de crueldad a la ironía. La gracia y el misterio de la comunicación humana está en que, a veces, los textos se pueden interpretar de manera tangencial, desviada o ambigua.

La ironía desplaza el humor chocarrero, chusco, fácil. En lugar del cual, la construcción irónica se alza con sutilezas, metáforas, juegos de palabras, alusiones inteligentes. Un inconveniente de la ironía es que no sea entendida como tal.

En la literatura española, la obra culminante del talante irónico es El Quijote. Significativamente, se trata al hidalgo de “ingenioso”. Dice el Tesoro de Sebastián de Covarrubias (1611) que “ingenioso es el que tiene sutil y delgado ingenio”. Esa cualidad no la posee, solo, don Quijote, sino que la cultivan Sancho Panza y otros varios personajes de la trama. Incluso, en los versos preliminares, Cervantes añade este sutilísimo diálogo entre Rocinante y Babieca: “(B) Metafísico estáis. (R) Es que no como”.

Una obra contemporánea en castellano, irónica por los cuatro costados, es Escolios a un texto implícito, del colombiano Nicolás González Dávila. En ella se dice que “Cervantes legó un libro irónico a un pueblo sin ironía”. Verdad es.

La ironía se desprende del tono burlón disimulado y fino, que se da a un texto para conseguir un sentido figurado, solo, imaginado. Se puede conseguir la ironía de un suceso con un punto de exageración o de distorsión al exponerlo. Puede hacerse para burlar la posible censura o las convenciones sociales y expresar, así, el contenido del mensaje de una manera oblicua.

La trama de algunas novelas policíacas (sobre todo, si son inglesas) resultan un modelo de ironía. Por definición, el autor trata de despistar el arte adivinatoria del lector para dar con el asesino. Es el caso, por ejemplo, de El hombre que fue Jueves, de G.K. Chesterton. En donde, el jefe de la policía antiterrorista resulta ser el cabecilla del grupo terrorista.

Hay veces en las que la ironía la pone el receptor, no el emisor, de un mensaje. Por ejemplo, el presidente del Gobierno de España anuncia, solemnemente, que va a prescindir de la corbata para ahorrar energía. A continuación, toma su poderoso helicóptero para trasladarse a la base de Torrejón y subirse a su avión particular para viajar hasta los Balkanes.

Muchas declaraciones políticas suelen llevar ínsita la ironía, por lo absurdo que pueden resultar. Es el caso clásico del ostentoso marbete que figuraba en los campos de concentración (exterminio) nazis: “El trabajo os hará libres”. Se trata de una burla del evangelio de San Juan: “La verdad os hará libres”. O, quizá, una traslación sarcástica del apotegma medieval de los burgueses tudescos: “El aire de la ciudad nos hace libres”.

Un ejemplo más reciente lo tenemos en la forma de justificar la invasión de Ucrania por los rusos: “para aplastar a los nazis”. Una ilustración mucho menos dramática es la decisión del Gobierno de España como remedio para contener la desproporcionada subida de los precios: más impuestos.

La ironía puede llevar a su caricatura: el humor negro. Se recuerda la famosa cogida del banderillero Desperdicios. El toro le empitonó por un ojo. Camino de la enfermería, el torero iba gritando: “No es nada lo del ojo”. El cronista del suceso comentó: “Y lo llevaba en la mano”.

Una famosa ironía histórica fue la inscripción que colocaron en la cruz de Cristo: “Jesucristo Nazareno Rey de los Judíos”, o sus iniciales latinas: INRI. La alusión se retuerce en el lenguaje popular español, en el que “hacer el inri” equivale a hacer el ridículo. Un tanto irreverente, ya, es. En una línea parecida de ambigüedad, se sitúa el diálogo de una viñeta del humorista Chumy Chúmez. Un atrabiliario personaje le dice a otro de la misma cuerda: “Yo, antes, no creía en nada”. Y añade: “Ahora, ni eso”.

En el habla popular castellana, circulan algunas frases hechas o expresiones troqueladas, que son exageraciones irónicas, comparaciones o metáforas dislocadas. Por ejemplo, “un sol de justicia”, “llover a cántaros”, “más largo que un día sin pan”, “la de Dios es Cristo”, “más falso que un duro de madera”, “poner puertas al campo”, “tener pájaros en la cabeza”, “salirse por la tangente”, “echar la casa por la ventana”. Lo que ocurre es que todas esas expresiones pierden un poco la capacidad de sorpresa que debe ofrecer una buena ironía. Cuya manifestación más diáfana es el subtítulo de la revista humorística La Codorniz: “la revista más audaz para el lector más inteligente”. La audacia estaba en burlar la censura y la inteligencia, a través, de la sutileza del lenguaje irónico.

Amando de Miguel para Actualidad Almanzora.

Amando de Miguel

Este que ves aquí, tan circunspecto, es Amando de Miguel, español, octogenario, sociólogo y escritor, aproximadamente en ese orden. He publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. He dado cientos de conferencias. He profesado en varias universidades españolas y norteamericanas. He colaborado en todo tipo de medios de comunicación. Y me considero ideológicamente independiente, y así me va. Mis gustos: escribir y leer, música clásica, chocolate con churros. Mis rechazos: la ideología de género, los grafitis, los nacionalismos, la música como ruidos y gritos (hoy prevalente).

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