Las horas muertas. Por Julio Moreno López

Las horas muertas. Fotografía de Ana

“¿Quién ha perdido el compás? ¿Quién no ha empezado a bailar? ¿Qué esperáis, que queréis, todavía queréis más?”.(“¿Quién ha perdido el compás?”. Danza invisible).

A estas alturas de la semana, pasado mañana viernes, yo no sé ustedes, pero yo tengo la sensación de que ya, de una manera o de otra, si entorno los ojos puedo ver acercarse el fin de semana. Esta sensación, sin duda, es positiva; No así la impresión, que nos hará vivir vertiginosamente los días que faltan para el viernes noche, lanzados en ese tobogán en el que muchos estamos convirtiendo nuestra existencia. Viviendo en piloto automático los días que de algún modo no son propicios y con el empeño de que discurran lo más rápido posible.

 

Tampoco estaría tan mal, si una vez llegado el momento deseado, fin de semana, vacaciones, etcétera, fuéramos capaces de ralentizar nuestra existencia, de aminorar la marcha para disfrutar en plenitud de aquello que tanto hemos esperado. Por desgracia, no suele ser así, y si los días de trabajo discurren rápidos, los de ocio van a la velocidad del rayo.

 

Miren ustedes, yo no soy un devoto de la teoría de la relatividad, pero es cierto que percibo que, sobre todo a medida que me voy haciendo mayor, el tiempo pasa más deprisa. Es una trampa, una burla de la vida, que a medida que, por lógica, te queda menos tiempo, éste se escape entre tus dedos como si hubieran agrandado, de repente, el agujero del reloj de arena que marca tu periodo vital. Y de esto, bajo mi punto de vista, tenemos mucha culpa nosotros mismos, ya que, en la mayoría de ocasiones, pensando en el destino, en el objetivo, no disfrutamos el viaje, no nos damos cuenta de que cada día encierra circunstancias y situaciones que merecen la pena ser vividas.

 

Decía Arthur Schopenhauer que “los hombres vulgares sólo piensan en como pasar el tiempo. Un hombre inteligente procura aprovecharlo”.

 

Recuerdo nítidamente que durante mi adolescencia y pubertad, época esta de la velocidad y la prisa, muchas veces me daba cuenta de que, por muy propicia que fuera mi realidad inmediata, casi nunca la disfrutaba en plenitud, porque estaba pensando en lo que venía después. Si algo bueno ha tenido y tiene la madurez para mí, es que ya he desterrado este sentimiento, porque me he dado cuenta que el pasado ya pasó y que el futuro es una entelequia, un proyecto, un intangible. Por tanto, lo único cierto y seguro, es el presente.

 

He oído en más de una ocasión que el futuro es donde viviremos el resto de nuestra vida; no puedo estar más en desacuerdo. Es en el presente donde viviremos el resto de nuestra vida, si bien el presente es cambiante, caprichoso como la forma de las nubes, que va variando en todo momento en función de múltiples factores. Lo que ocurra en el futuro, es consecuencia de tu presente, por tanto es el presente el que hemos de procurar aprovechar y disfrutar.

 

Recuerdo el caso de aquel señor que, desahuciado por la medicina, le preguntó a su médico que podía hacer para vivir más. El médico, claro está, le contestó que debía dejar de beber, de fumar, de acostarse tarde y de ir con mujeres y de propina, la sal y el azúcar. El hombre, desorientado por la respuesta, le preguntó a su vez “¿y así voy a vivir más?”; a lo que el médico le contestó “No. Pero se le va a hacer mucho más largo”. La teoría de la relatividad aparece, pues, en el momento más inesperado.

 

“El tiempo es muy lento para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren, muy corto para los que gozan; pero para quienes aman, el tiempo es eternidad”.(William Shakespeare).

 

Certera reflexión esta de William Shakespeare, que ciertos estudiosos atribuyen sin embargo a Henry van Dyke, escritor estadounidense de finales del siglo XIX. En cualquier caso, viene a refrendar la teoría de la relatividad, de nuevo. Es verdad que es muy difícil disfrutar de una mañana de lunes, de acuerdo, pensando en la larga semana cuajada de problemas que nos espera, pero tampoco es menos cierto que cada día encierra un pequeño milagro, o varios; instantes luminosos que dan sentido a por qué estamos aquí y ahora. Mi consejo pues, aunque yo no sea quien para aconsejar, es que busquen la trufa entre la tierra, la aguja entre la paja, el doblón entre la arena. Cuando lo encuentren en su día a día, tendrán ese instante de felicidad que da sentido a la jornada. Y créanme, cada día tiene un instante luminoso, fugaz o extenso, débil o intenso. Solo hay que estar lo suficientemente lúcido para reconocerlo.

 

“Nacemos para vivir, por eso el capital más importante que tenemos es el tiempo, es tan corto nuestro paso por este planeta que es una pésima idea no gozar de cada paso y cada instante, con el favor de una mente que no tiene límites”. (Facundo Cabral).

 

Para terminar, les propongo un ejercicio. Dejen de leer. Miren a su alrededor, busquen algo o alguien, al alcance de su vista, por lo que merezca la pena estar aquí y ahora.

 

¿Lo ven? Miren bien, les aseguro que está ahí.

 

“Por si el tiempo me arrastra a playas desiertas, hoy cierro ya el libro de las horas muertas”.(Manolo García).

 

La vida es aquí y ahora.

Julio Moreno Lopez

Nací en Madrid en el año 1970. Aunque mi título universitario indica que soy ingeniero informático por la Universidad Pontificia de Salamanca, nunca ejercí como tal. Enamorado del mundo del periodismo y de la literatura, colaboro en diversos medios escritos y en alguna que otra emisora de radio. Ahora, miembro de este proyecto tan bonito de La Paseata. Además, soy autor del libro “Errores y faltas” Y del blog del mismo nombre. En Twitter @elvillano1970.

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