
«El progreso para esta gentuza no es más que una palabra, un cebo, un mantra, un yogur caducado al fondo del frigorífico de un alérgico a la lactosa»
Muy de tarde en tarde la izquierda sufre de ataques involuntarios de sinceridad, no sé si el proceso febril producido por alguna enfermedad tropical tiene que ver en estos episodios, sobre todo cuando el partido al que me refiero está comandado por un embustero contrastado y contrastable. Recientemente, el socialista Fernández Vara nos regaló a través de Twitter esta joya: “Si ganan los que no necesitan de la política, será malo para el resto… ése es el reto, trabajar para que ganen los que solo tienen la política para poder tener un proyecto de vida”. Efectivamente, cuando un socialista dice una verdad, posiblemente esté enfermo, sin que necesariamente la fiebre tenga que estar de por medio.
El mensaje implícito de esta declaración es un resumen de la vieja estrategia de la extrema izquierda de antes de la Guerra Civil, remozada y actualizada a estos tiempos: si el individuo depende del estado, podremos controlar al individuo… luego tendremos que crear las condiciones para tener más “clientela” dependiente del estado. Hace falta ser muy imbécil para no darse cuenta de ello, o no serlo y envidiar a los que lo son. ¿Dónde queda el progreso? El progreso para esta gentuza no es más que una palabra, un cebo, un mantra, un yogur caducado al fondo del frigorífico de un alérgico a la lactosa. Resumiendo, el progreso se llama Sánchez y su cohorte de indeseables.
Esta pléyade de lúmpenes y adosados de la extrema izquierda actual, se emplea a fondo para lograr sus objetivos, y aunque zafios y retorcidos, son prudentes y dosifican la información poniendo en práctica a gran escala el síndrome de la rana hervida, que no prevé que va a morir cocida porque el agua se calienta lentamente. Aun así, todavía es posible unir los puntos numerados para obtener el dibujo, como cuando éramos niños. El objetivo final es tener el control total, pero esto pasa por desmantelar la sociedad y el estado como hasta ahora los habíamos conocido, construyendo el viejo sueño de la extrema izquierda de 1936: hacer de España una sucia y repugnante granja soviética, el sueño húmedo del gran sátrapa socialista que fue Largo Caballero. Por si algún despistado no se ha dado cuenta aún, a la extrema izquierda socialista le sobra media España o, dicho de otra forma, le sobra todo aquél que no traga con su despreciable ideología.
Para ser conscientes de este plan de demolición controlada de nuestra sociedad, podemos empezar por fijarnos en la educación. Que el individuo piense por sí mismo siempre ha sido peligroso para la extrema izquierda socialista, algo que por sí solo vale para explicar la sucesión de leyes educativas socialistas de las últimas décadas, a cada cual más liberticida. Aunque la adulteración del sistema es palpable en todas las asignaturas, cabe destacar la Historia de España como algo fundamental. Evitar que el alumno llegue a forjar un cierto espíritu nacional o que simplemente sienta orgullo por alguno de los pasajes históricos de su Patria, es vital. En su lugar, se arrasa las jóvenes mentes con dudas, culpabilidad y victimismo, haciendo del derrotismo moral su única meta. ¿Cómo se completa la obra después? Consiguiendo que un aprobado quede reducido a un trámite meramente administrativo, por lo que cualquier título carece de valor. Se condena, por tanto, a las capas populares a ser masa, nunca ciudadanía. En definitiva, se crean mentes sin calado intelectual o que, como mucho, no superen el de sus gobernantes, poniendo como ejemplo el del sátrapa por excrecencia, Don Pedro Sánchez Pérez Castejón, un sujeto cuyo nivel educativo raya la nada, como único método válido para adentrarse en el vacío moral.
Llegados a este punto, lo que antes se denominaba ascensor social queda deshabilitado por completo y todo aquel que destaca se diluye en la cuadrilla reinante de borregos. De la universidad mejor no hablamos: se ha convertido en un negocio, además de otra sucursal de la extrema izquierda, salvo honrosas excepciones que cada vez tardan menos en salir corriendo a otro país. Es público y notorio que la universidad, aun en tiempos del General Franco, empezó a ser trufada de elementos cuya única misión fue empezar a incubar el huevo de la serpiente. Muy pocos se acordarán de los enjuagues de Rubalcaba, ahí empezaron los problemas, ahí empezó a brotar como un hierbajo inmundo la endogamia que ahoga y envilece lo que unos pocos ilusos se atreven a llamar “universidad” española. Asesinar el esfuerzo y la libertad como única forma de imponer su abyecta ideología.
Luego vino la moda de titular a ilustres criminales, para contentar al nazionalismo criminal vascongado. O regalar rectorados a activistas comunistas, dejando tras de sí una plaga inmunda de milicianos asociados y revolucionarios de taberna, cuya única misión fue sembrar su retorcida antigualla. Metieron al comunismo en las universidades, y expulsaron al libre pensamiento, y con él a la verdadera libertad. Hoy día vemos su fruto, una caterva de imbéciles con títulos, títulos que no valen ni el papel en el que están inscritos.
A la par que la maniobra deseducativa, centran sus esfuerzos en sembrar la división a nivel social. Para ello, nada más útil que la ley de “desmemoria democrática”, inspirada y redactada por los hijos del terrorismo salvaje de ETA y por parte del golpismo catalán. Además de reabrir viejas heridas blanqueando a criminales en serie, abre la puerta a captar unos cuantos votos más con las convenientes nacionalizaciones de ciudadanos foráneos e ilegales. Mientras tanto, el estado destruye selectivamente la propiedad privada, como acaba de establecer la nueva ley de vivienda, que más bien debería denominarse ley para la ocupación. Se abaratan hasta la gratuidad el golpismo y la malversación (en el futuro veremos que se están perdonando a sí mismos), y a la vez se procede a la suelta indiscriminada de centenares de violadores y pederastas que, como poco, verán rebajadas sus penas a la vez que se abaratan sus repugnantes delitos.
La destrucción nos alcanza también a través de una profunda mediocridad legislativa. Véanse la ley trans, o la ley del aborto, que junto con la ley de bienestar animal, establece que lo verdaderamente grave es echar a patadas a una rata que ha entrado en nuestra casa, no cortar en pedazos un feto humano vivo y viable. ¿Y la maternidad? Queda desincentivada, dejándola únicamente para los inmigrantes, asesinando la supervivencia del pueblo español y, de paso, asegurándose el voto cautivo del foráneo.
Por supuesto, también se preocupan en tomar unas cuantas medidas a nivel económico. En primer lugar, la criminalización del emprendedor. Un empresario es un sujeto peligroso que únicamente busca su beneficio personal, y explotar a sus trabajadores. El trozo de la tarta que comparte con el estado es insuficiente para mantener la red clientelar y los chiringuitos, así que hay que meter aún más la mano es su bolsillo. ¿Y si no le llega? Deuda a la carta.
Este estado elefantiásico, con los sueldos de los casi 3,5 millones de funcionarios, no se paga solo. Pobre del que venga detrás, que casi siempre es la derecha en una suerte de ciclo perverso, como cuando tú cambias las pilas al juguete, pero es otro el que se divierte jugando. En este punto, conviene no olvidar que somos el único país que todavía no ha recuperado el PIB anterior a la pandemia. España es el país que más se ha endeudado en este período, el que más paro tiene de Europa, de los que menos ha aumentado su renta per cápita en los últimos años y de los que más presión fiscal sufre por parte de su gobierno. Y todo esto, sin tener en cuenta la manipulación de las cifras del paro o de la inflación. Tener a ilustres inútiles al cargo de la economía, imprime carácter. La ciudadanía española se ha convertido en una suerte de burdel del que no podemos escapar, mientras papá chulo, el estado social comunista, nos agrede y explota como si fuésemos sus prostitutas.
¿Y a gran escala? Se ataca el poco tejido industrial que queda mediante decisiones en contra de toda lógica. El país no puede ser confortable en este sentido, no sea que el trabajador prospere, tenga algo que perder y se vuelva conservador. Si además se hace inviable a nivel energético y se deja de lado la energía nuclear, estratégica y sin emisiones, mientras se apoya la implantación del coche eléctrico, el cuadro abstracto que nos queda es imposible de entender. Este timo es inviable por precio, instalaciones y condiciones de uso, pero eso es algo que pasa a ser un problema del ciudadano. Por supuesto, el futuro de la industria electro intensiva es fácil de imaginar, abocada al precipicio de la inexistencia.
Pero bueno, no todo va a ser malo. Se apoyan las energías renovables… pero en las zonas rurales, con la consiguiente degradación del paisaje y la desaparición de los necesarios cultivos que tiene que tener un país para no depender de otros en su alimentación. Se aprueba matar de sed los cultivos de la zona de levante, la que era la llamada huerta de Europa, mientras los ríos mantienen su “caudal ideológico” y los que derogaron el Plan Hidrológico Nacional beben agua embotellada de extrema pureza embotellada bajo la luna llena. Al igual que con Doñana, los problemas sólo son interesantes cuando conviene hacer oposición… a la oposición. Destruyen aljibes, embalses y pequeñas balsas de agua cuando más se necesitan, y mientras tanto se nutre de millones a Marruecos para que a sus plantaciones de hortalizas no las falte el agua. Esta decisión la ha tomado Marruecos, alguien ha puesto el cazo, y el sátrapa lo ha rubricado con su acostumbrada anuencia.
En cualquier caso, aún habrá quien piense que no tiene demasiado sentido preocuparse. En los próximos años siempre se podrá recurrir al “tribunal constitucional”, el mismo que limpiará de polvo y paja todas las leyes hechas ad hoc para beneficiar a los socios o a sí mismos. Vaya, ¿y si esto no nos gusta? Tengamos mucho ojo, que ya tenemos leyes de control de contenidos en las redes sociales que supuestamente van contra la desinformación cuando, en el fondo, suponen el establecimiento soterrado de la censura.
Nuestro país y nuestra sociedad se han convertido en uno de esos hijos que son enfermados por su madre a propósito, pero en nuestro caso no se puede decir que el maltrato no estuviese anunciado. Desde luego, no cuando nos vengan a la mente las palabras del demagogo criminal socialista Largo Caballero, cuando proclamó que “el socialismo es incompatible con la democracia” o que “no creemos en la democracia como valor absoluto, tampoco creemos en la libertad”. Por supuesto, huelga decir que estas dos sinceras perlas no las encontrarán en la ley de “desmemoria democrática”. Tratarán de mentir a los incautos, a los no leídos y a los indocumentados por decisión propia, pero al resto no. En esta parte de la Historia nos encontramos, incierta, cruel y chabacana. Puede que algunos se lleven una sorpresa, otros no nos la llevaremos, esto estaba planeado desde hace diecinueve años, así lo pienso y así lo escribo.