
«Hellen Keller a la edad de diecinueve meses, sufrió una grave enfermedad que le provocó la pérdida total de la visión y la audición»
No todos los niños nacen iguales, cada uno es especial de alguna forma, pero hay otros niños que nacen con capacidades diferentes como por ejemplo los niños autistas, los chicos con síndrome de down, los niños con síndrome de asperger, o aquellos chicos que nacen con problemas de retraso mental, etc. Por eso hay una semana dedicada a aquellas maestras que a su vez dedican la vida a enseñar a estos niños que necesitan de una educación diferente, porque no siempre tienen las mismas facilidades para poder aprender como los demás.
Hoy también es el aniversario de la muerte de la escritora, oradora y activista política sordociega estadounidense, HELLEN KELLER. A la edad de diecinueve meses, sufrió una grave enfermedad que le provocó la pérdida total de la visión y la audición. Su incapacidad para comunicarse desde temprana edad fue muy traumática para Helen y su familia.

Cuando cumplió siete años, sus padres decidieron buscar una instructora y fue así como el Instituto Perkins para Ciegos les envió a una joven especialista, Anne Sullivan, que se encargó de su formación y logró un avance en la educación especial. Continuó viviendo al lado de Sullivan hasta la muerte de esta en 1936.
Hoy recordamos un emotivo fragmento de una de sus obras: «La historia de mi vida«. Palabras de Hellen Keller:

«Caminamos por el sendero hasta la fuente, atraídas por la fragancia de la madreselva que la cubría. Alguien extraía agua y mi maestra puso mi mano bajo el grifo. Mientras el chorro fresco me empapaba una mano, ella deletreó en la otra la palabra agua, primero despacio, después de prisa. Me quedé en silencio, fijando mi atención en el movimiento de sus dedos. De pronto tuve una borrosa conciencia, como de algo olvidado, el estremecimiento de un pensamiento que regresaba; y de algún modo se me reveló el misterio del lenguaje. Supe entonces que »a-g-u-a» significaba esa maravillosa frescura que rozaba la mano.Esa palabra viviente despertó mi alma, le dio luz, esperanza, alegría, la liberó. Aun había barreras, es verdad, pero barreras que podrían eliminarse con el tiempo.
Me fui de la fuente ansiosa de aprender que todo tenía un nombre, y cada nombre engendraba un nuevo pensamiento. Mientras regresábamos a la casa, cada objeto que yo tocaba parecía temblar de vitalidad: era porque lo veía todo con la extraña y nueva visión que me había embargado. Al trasponer la puerta recordé la muñeca que había roto. Fui a tientas hasta el hogar y recogí los trozos. Traté en vano de ensamblarlos. Entonces mis ojos se llenaron de lágrimas, pues comprendí lo que había hecho, y por primera vez sentí arrepentimiento y pesar.
Ese día aprendí muchas palabras y aún recuerdo cuáles eran, pero se que madre, padre, hermana y maestra estaban entre ellas, palabras que harían florecer el mundo para mí, »como el cayado de Aarón con flores». Habría sido difícil encontrar una niña más feliz que yo cuando me acosté, al final de ese día memorable jornada y reviví las alegrías que me había traído, y por primera vez anhelé que llegara un nuevo día»