El error imprescindible. Por Julio Moreno López

El error imprescindible

“Con el tiempo, todo pasa. He visto, con algo de paciencia, a lo inolvidable volverse olvido, y a lo imprescindible sobrar”. (Gabriel García Márquez).

No sé si ustedes recordarán aquel actor fantástico, Groucho Marx, que hizo de la ironía y del absurdo un arte. Siempre se le ha tildado de cómico, pero, según mi punto de vista, en realidad fue un filósofo. Sin duda alguna, lideraba y sostenía al grupo llamado “los hermanos Marx”. Increíblemente, eran de verdad hermanos, originalmente cinco, aunque uno de ellos, Gummo, no participó en ninguna de las películas que les llevaron a la fama.

 

De todas las frases maravillosas que se recuerdan o se atribuyen a Groucho Marx, que también las hay, yo particularmente siempre recuerdo aquella que enunciaba “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”.

 

Poder reseñar una frase en una persona que llevó los límites de la ironía hasta su epitafio, grabado en su lápida, en el que puede leerse “Disculpe, señora, que no me levante”, ya es significativo de la enorme potencia del enunciado. Diez palabras que, en la inmensa mayoría de los casos, por no decir en su totalidad, definen perfectamente al género humano. Y digo en su totalidad porque no creo en el principio de Santidad. Todos, absolutamente todos, hemos cometido actos, contradicciones, hechos, que están muy alejados de los principios morales por los que aparentamos regirnos. Todos, absolutamente todos, tenemos un lado oscuro, pugnando por salir, que unos dominan mejor, hasta el punto de ocultarlo salvo en casos muy puntuales, y otros, sin embargo, no sabemos o no queremos dominar en determinadas ocasiones.

 

Dicen que “el mejor momento de tu vida es cuando no te interesa la vida de nadie y te importa una mierda lo que piensen de ti”. Yo, como siempre, he de matizar la frase. La vida de los demás te interesa siempre, más aun la de tus cercanos. La realidad, triste sin duda, sin embargo, es que normalmente te interesa para criticarla; para opinar al respecto, exigiendo del comportamiento del otro todo aquello que, en tu equívoco ideario personal, estás realizando tú.

 

Uno nunca es buen juez de sí mismo. Por lo general, el espejo en el que nos vemos obligados a reflejarnos para vernos a nosotros mismo, deforma la realidad, como los espejos de feria. Por eso, hay personas que juzgan a quienes tienen a su alrededor desde su pedestal, sintiendo que pueden exigir la excelencia porque ellos la poseen; son excelentes. Perlas de la creación, representantes brillantes del género humano que nos alumbran con su presencia y sin los cuales, sin su luz, sin su faro, andaríamos a ciegas por estos mundos de Dios, chocando contra los muebles, de error en error.

 

Miren ustedes. Detesto a ese tipo de gente. Yo, sin embargo, me encuadro, y lo digo así, en afirmativo, entre aquellos que son conscientes de que cometen errores; es más, muchos errores. El error no es algo proscrito, sino más bien una característica inherente y deseable del ser humano. A lo largo de la historia, casi todo el conocimiento humano, el avance científico, ha nacido del error. Solo a base de errores se llega al acierto. Solo a base de caídas se hacen magníficas piruetas. Solo a base de papeleras rebosantes se han escrito los mejores textos y solo a base de lienzos rotos o reutilizados, han nacido los más bellos cuadros de la creación humana.

 

Por tanto, no hay que avergonzarse del error. Eso sí, hay que tratar de aprender de él, para no cometer una y otra vez el mismo error, el mismo fallo. Ahí, y solo ahí, se encuentra la brillantez del error. En su sentido didáctico.

 

Por eso, todas aquellas personas que no admiten el error ajeno, es más, que incluso ven errores donde no los hay y van pontificando por los púlpitos de su posición la doctrina que debemos adoptar, normalmente son las que reiteran sus faltas, las que no tienen posibilidad alguna de rectificación o aprendizaje, pues no son capaces de ver sus propios errores y, por lo tanto, no sienten necesidad ni voluntad alguna de rectificación.

 

Como reza otra frase magnífica de la sabiduría popular, “en su pecado está su penitencia”. Este tipo de personas se encuentran imposibilitadas para alcanzar la felicidad, ya que el resto que les rodea nunca alcanzará el nivel de perfección que exige su alto baremo.

 

Así pues, “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, como tantas otras frases de las oraciones católicas y de otras religiones, debería ser una máxima, ya que están escritas por personas no ya perfectas, pero, al menos, cercanas a lo divino.

 

Aunque no hay que olvidar que, hasta el mismo Jesucristo, según sostiene Sigmund Mowinchel en su libro “Mesianismo y Mesías”, “Jesús no quería que se divulgara su fama, sus milagros, su persona porque él mismo no estaba seguro si era el Mesías que los judíos esperaban”.

 

Así pues, si el propio Jesucristo cultivó inseguridades, ¿Quiénes somos nosotros para considerar que hemos alcanzado la perfección?

 

Los que se consideran perfectos, ¿Quién creen que son? ¿Dios? Hasta Dios se equivocó, confiando en el hombre y en la mujer.

 

Nada más que añadir.

 

@elvillano1970

Julio Moreno Lopez

Nací en Madrid en el año 1970. Aunque mi título universitario indica que soy ingeniero informático por la Universidad Pontificia de Salamanca, nunca ejercí como tal. Enamorado del mundo del periodismo y de la literatura, colaboro en diversos medios escritos y en alguna que otra emisora de radio. Ahora, miembro de este proyecto tan bonito de La Paseata. Además, soy autor del libro “Errores y faltas” Y del blog del mismo nombre. En Twitter @elvillano1970.

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