La paz inalcanzable. Por Julio Moreno López

La paz inalcanzable

“Nada más cruel e inhumano que una guerra. Nada más deseable que la paz. Pero la paz tiene sus causas, es un efecto. El efecto del respeto a los mutuos derechos”.(Jorge Eliécer Gaitán).

 

A Verónica le gusta leer.

 

Es curioso como la vida, en determinados momentos, te hace recordar que tus proyectos y anhelos, si bien son lícitos y necesarios, sin embargo son solo eso, proyectos y anhelos y, por lo tanto, están sujetos a multitud de avatares. Cabe preguntarse, en determinados casos, si uno va llevando su vida o, por el contrario, es la vida la que le lleva a uno.

 

Esta semana, por estos avatares del destino, me estoy viendo obligado a pasar muchas horas, noches incluso, en un hospital de Madrid, concretamente el Gregorio Marañón. No como paciente, sino como acompañante. El viernes pasado, lo que había sido una plácida comida con mis padres en una terraza terminó de la peor manera, inesperada sin duda, cuando mi madre, camino del coche, perdió pie y se rompió la cadera. Por lo tanto, previo paso por urgencias, aquí estamos, esperando una cirugía que en principio se producirá esta tarde.

 

Esto, por supuesto, es un avatar posible, dada la edad de mi madre, pero no deja de ser un ejemplo de lo dicho anteriormente, dado que, cuando sucede algo así, todos los planes previos no solo del afectado, sino también de su entorno más cercano, se evaporan en el aire como pompas de jabón, recordándote lo gráciles y frágiles que son nuestras intenciones. Como dicta la sabiduría popular, “el hombre propone y Dios dispone”. A esta frase, mi mujer siempre añade “y la mujer lo descompone”, pero esto sería tema para otro artículo.

 

Pues, ya puestos en situación, esta circunstancia me está obligando, como ya he dicho, a pasar muchas horas en el hospital. El encontrarte en un entorno en principio ajeno y de algún modo hostil, te hace agradecer sobre manera la cercanía de aquellos que se encuentran en su terreno, y ciertamente un hospital como este en la capital de España, es un terreno complejo. El trabajo desarrollado por toda la pléyade de médicos, enfermeros, asistentes, celadores y todos los trabajadores del hospital, hombres y mujeres, es ingente. Si, además, lo realizan con agrado y profesionalidad, es encomiable.

 

Pues al hilo de todo esto, ayer tuve la ocasión de tratar con todo tipo de gente dentro de este escalafón. Sirvan estas letras para agradecer la cercanía y humanidad de todos ellos; pero, particularmente, cuando llegué por la tarde, mi padre, que es mi mejor representante, me comentó que una joven, que él pensaba que era una enfermera, había visto uno de mis libros en la mesilla de mi madre y, por curiosidad y porque, como ya he dicho, mi padre aprovecha cualquier momento para hacerme publicidad, habían estado hablando acerca de la escritura, la mía en concreto y el resto en general, y ella le había dicho que le gustaría, entiendo que por la circunstancia curiosa, tener la oportunidad de leerme.

 

Tengo que decir que la vanidad no es uno de mis pecados, creo, pero a cualquiera le satisface que alguien se interese por lo que hace, así que, cuando más tarde, Verónica, que así se llama esta joven auxiliar, que no enfermera, se acercó por la habitación a realizar su trabajo, mantuvimos una conversación animada sobre, en principio, libros, escritores y lectores. Aclarar en este punto que desconozco su edad, pero como yo, que tengo 52 años me considero joven, así me permito considerarla a ella que, por otro lado, es evidentemente más joven que yo.

 

No obstante, Verónica, según mi criterio, había llegado hasta mí por otra razón. En cuanto tuvo ocasión, abordó directamente lo que le rondaba la cabeza y quería preguntarme.

 

Verónica es, evidentemente por su acento, o bien rusa o bien ucraniana o de alguna de las repúblicas que componían la antigua URSS. Lo digo así, porque aunque tras su pregunta me interesé por su nacionalidad, no quiso especificar ; “Si. Soy de por allí”, me dijo.

 

La pregunta en cuestión, que Verónica quería plantearme, es qué opino yo de la guerra entre Rusia y Ucrania, y sobre todo, por lo que pude percibir, qué consecuencias puede tener en el futuro tanto allí, como en el resto del mundo.

 

Ahí es nada. Una respuesta así da para varios tomos de enciclopedia. Verónica me aclaró que me hacía esta pregunta porque, como escritor o columnista, llámenlo equis, me consideraba una persona cualificada para tener una opinión más certera que el común de los mortales.

 

Lo primero, indudablemente, fue quedarme perplejo. Por supuesto, no soy una voz más autorizada que el resto para responder a esto, ni a nada en absoluto. Es verdad que soy alguien que, por gusto, interés y necesidad, procura estar informado, pero mi opinión es mía, tan válida o equivocada como cualquier otra. Y así se lo indiqué. Pero Verónica, inasequible al desaliento, insistió en conocer mi parecer.

 

No tengo que decir que, al menos desde la selectividad, no me lo había pensado tanto para responder una pregunta, puesto que, a pesar de, como ya he dicho, tener una opinión, como el resto, no me gusta ofender gratuitamente la sensibilidad de nadie, y puesto que no sabía, ni sé a esta hora, si Verónica es Rusa o Ucraniana, anduve con pies de plomo, en terreno pantanoso, para dar una respuesta a la altura de las expectativas, no ofensiva para ninguna de las partes y lo más objetiva posible que la circunstancia, inquietante por cierto, permitía.

 

No voy a contar aquí cual fue la respuesta, pues esto es lo de menos. Tras esto, nos despedimos amablemente, no sin antes prometerle que le traería y le regalaría mi primer libro, cosa que he hecho. No obstante, me hubiera gustado saber qué opinaba ella de mi respuesta, a su pregunta, que era más difícil que contestar a quien quieres más, a tu papá o a tu mamá, cuando tienes cinco años. Cualquier respuesta no equitativa es cagarla con toda seguridad.

 

No obstante, el interés de Verónica, que por otro lado es madre, y el entorno en que se producía esa conversación, me hizo reflexionar. Es, sin duda, una reflexión de ascensor, pero hablar de este tema con una sanitaria, en un hospital, es una dicotomía terrible, que evidencia lo absurdo del comportamiento humano. Estaba departiendo de ejércitos y de guerra, de gente inocente que muere absurdamente, por intereses espurios, con una persona que, sin embargo, está entregada a salvar vidas, que pertenece a un ejército de paz cuya intención es tratar de paliar las consecuencias de lo que otros hacen mal, o de lo que la vida nos trae, porque es así y porque toca.

 

Así pues, entiendo el interés de Verónica. Entiendo su preocupación y su frustración, del mismo modo que un artista teme a la destrucción de su obra, esta gente, volcada en nuestra salud y nuestra vida, teme a la inutilidad de su trabajo, por la ambición, por el egocentrismo y por la mala ostia de algunos que, con toda seguridad, nunca van a pisar un campo de batalla.

 

“Que nadie se haga ilusiones de que la simple ausencia de guerra, aun siendo deseada, sea sinónimo de una paz verdadera. No hay verdadera paz si no viene acompañada de equidad, verdad, justicia y solidaridad”. (San Juan Pablo II).

 

Así pues, Paz, Verónica. Y muchas gracias.

 

@elvillano1970

Julio Moreno Lopez

Nací en Madrid en el año 1970. Aunque mi título universitario indica que soy ingeniero informático por la Universidad Pontificia de Salamanca, nunca ejercí como tal. Enamorado del mundo del periodismo y de la literatura, colaboro en diversos medios escritos y en alguna que otra emisora de radio. Ahora, miembro de este proyecto tan bonito de La Paseata. Además, soy autor del libro “Errores y faltas” Y del blog del mismo nombre. En Twitter @elvillano1970.

Artículos recomendados

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: