
«Ni tanto ni tan calvo, que las instituciones, en este caso el Estado, no deberían estar sujetas en su consideración a los intereses partidarios de nadie»
Cualquier observador u observadora que en el temple de su mente dirima que es lo que ha sucedido con el regreso de D. Juan Carlos, Rey, volverá a concluir que en España no hay términos medios, que siempre discurrimos por los extremos.
Si cuando el rey emérito se marchó de España, hace dos años, se produjo el silencio casi pleno de tantos voceros, a su regreso, toda una algarabía de tambores y trompetas, voces y gritos han tenido lugar. Ni tanto ni tan calvo, pero no hay remedio, cuando interesa y habitualmente por otros motivos que tienen más de eso, de aporrear al contrario, se convierte la noticia de su regreso en un intento de acaparamiento de la opinión pública.
Tiene bastante todo esto, es una opinión, de claro intento en desviar la atención a verdaderos problemas que afectan a la supervivencia digna de la mayoría de los mortales españoles. Y digo mortales en referencia a esa legión de contribuyentes (muchos y muchas no pueden ni contribuir) que no ven el momento de “llegar a fin de mes”. Empezando por la cesta de la compra, siguiendo por la energía, continuando por la gasolina y hacia una serie de imprescindibles más, noticiarios y portadas, siguiendo el eco de nuestros próceres políticos, amasan, hornean y dan a luz todo un tropel de información.
Se suele olvidar, por claro interés, de la condición de hombre, padre y abuelo; de Jefe de Estado que fue en el, seguro, momento más difícil de nuestra historia reciente. Que pudiendo elegir otro derrotero, el de unos pocos y sediciosos y que amparaban a una élite social, D. Juan Carlos, eligió el de todos, con generosidad y altura, sin ambages, incluyendo a quienes ya por entonces menospreciaban a la Monarquía y la siguen menospreciando y deseando su caída.
La historia le juzgará, es quien únicamente lo hará con objetividad, errores y desafueros incluidos; explicaciones se supone que las dará, pero seguro que no cuando la exigencia intensa por parte de tantos y tantas es una consecuencia de otro fin que tiene más de política de derribo del contrario e incluso de derribo del Estado en sí. Cuando no se quiere, por tantas y tantos, actuar con mesura y buscando el equilibrio de lo justo, ya se sabe que son los extremos los que ganan el debate.
Durante estos días, bien es notorio que apoyos, titubeos y abordajes van en función de los cálculos de poder y venideros electorales. Por ello, ni tanto ni tan calvo, que las instituciones, en este caso el Estado, no deberían estar sujetas en su consideración a los intereses partidarios de nadie. Quizá sea mucho pedir, o no.