Ni tanto, ni tan calvo. Por Antonio Ramírez

Ni tanto, ni tan calvo. Juan Carlos I aseguró estar «muy contento» tras volver a España después de pasar la jornada en alta mar.

«Ni tanto ni tan calvo, que las instituciones, en este caso el Estado, no deberían estar sujetas en su consideración a los intereses partidarios de nadie»

Cualquier observador u observadora que en el temple de su mente dirima que es lo que ha sucedido con el regreso de D. Juan Carlos, Rey, volverá a concluir que en España no hay términos medios, que siempre discurrimos por los extremos.

Si cuando el rey emérito se marchó de España, hace dos años, se produjo el silencio casi pleno de tantos voceros, a su regreso, toda una algarabía de tambores y trompetas, voces y gritos han tenido lugar. Ni tanto ni tan calvo, pero no hay remedio, cuando interesa y habitualmente por otros motivos que tienen más de eso, de aporrear al contrario, se convierte la noticia de su regreso en un intento de acaparamiento de la opinión pública.

Tiene bastante todo esto, es una opinión, de claro intento en desviar la atención a verdaderos problemas que afectan a la supervivencia digna de la mayoría de los mortales españoles. Y digo mortales en referencia a esa legión de contribuyentes (muchos y muchas no pueden ni contribuir) que no ven el momento de “llegar a fin de mes”. Empezando por la cesta de la compra, siguiendo por la energía, continuando por la gasolina y hacia una serie de imprescindibles más, noticiarios y portadas, siguiendo el eco de nuestros próceres políticos, amasan, hornean y dan a luz todo un tropel de información.

Se suele olvidar, por claro interés, de la condición de hombre, padre y abuelo; de Jefe de Estado que fue en el, seguro, momento más difícil de nuestra historia reciente. Que pudiendo elegir otro derrotero, el de unos pocos y sediciosos y que amparaban a una élite social, D. Juan Carlos, eligió el de todos, con generosidad y altura, sin ambages, incluyendo a quienes ya por entonces menospreciaban a la Monarquía y la siguen menospreciando y deseando su caída.

La historia le juzgará, es quien únicamente lo hará con objetividad, errores y desafueros incluidos; explicaciones se supone que las dará, pero seguro que no cuando la exigencia intensa por parte de tantos y tantas es una consecuencia de otro fin que tiene más de política de derribo del contrario e incluso de derribo del Estado en sí. Cuando no se quiere, por tantas y tantos, actuar con mesura y buscando el equilibrio de lo justo, ya se sabe que son los extremos los que ganan el debate.

Durante estos días, bien es notorio que apoyos, titubeos y abordajes van en función de los cálculos de poder y venideros electorales. Por ello, ni tanto ni tan calvo, que las instituciones, en este caso el Estado, no deberían estar sujetas en su consideración a los intereses partidarios de nadie. Quizá sea mucho pedir, o no.

Antonio Ramirez Velez

Indígena melillense con varias decenas de años a mis espaldas. Periodista de profesión y dedicación institucional desde hace muchos años en lla Ciudad Autónoma de Melilla, anterior Ayuntamiento, con una paso también en la Administración del Estado, Delegación del Gobierno. Responsable en diversas legislaturas de gabinetes de prensa y relaciones institucionales, comencé a entender, hace tiempo ya, que el poder es un mar de ambiciones y conjuras permanentes y por ello la verdad, cuando sobrevive, vale su precio en oro. Mi paso por medios de comunicación, tanto públicos, como privados, me enseñó de la gran asignatura pendiente que tienen, aún, generaciones de periodistas sobre la consideración de su profesión y la dignificación de la misma.

Lector aplicado, que intento ser, concibo a los libros como uno de los últimos reductos de la libertad de pensamiento, generadores de opinión y salvaguarda, por ello, de la voluntad. Lo único que no nos puede ser arrebatado (Víktor Frankl).

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