(I) De la Memoria: Los recuerdos de una vida. Por Amando de Miguel

Los recuerdos de una vida. Durero, Autoretrato.

«Con todas estas extravagancias, será difícil hacerse cargo de la biografía de uno, al oscilar tanto la fuente de los recuerdos»

Lo primero será rechazar esa tontería pedagógica de que la memoria no debe intervenir mucho en la enseñanza de cualquier grado. Antes bien, la facultad y el ejercicio de la memoria es la base del conocimiento, de la vida. Los “pontífices” de las construcciones del imperio romano llevaban en su cabeza el esquema del teorema de Pitágoras. No es posible vivir, prescindiendo del orden alfabético o el de los números.

Por otra parte, no existen verdaderas autobiografías. Todo lo más, el personaje en cuestión acumula una serie de recuerdos inconexos, a los que les da forma, tejiendo una red de “memorias”. Tienen más sentido las biografías escritas por un autor desde fuera, juntando los elementos o testimonios parciales del biografiado con otras interpretaciones del ambiente.

Es curiosa la naturaleza de los recuerdos, siempre en plural. El sujeto propende a olvidar o desfigurar los cercanos y, en cambio, con los años, se avivan los de la lejana adolescencia y la infancia. La vejez reconstruye en la memoria los años de esa etapa formativa.

Conviene advertir que hay una memoria individual, pero, también, el producto de una especie de memoria colectiva. Un grupo cualquiera, desde la familia a la nación, guarda los testimonios relevantes del pasado. Aquí, cumple la irrupción de ese crimen totalitario, que, en la España actual, se llama “memoria democrática”. Nada menos que se incorpora al título de un ministerio y a una ley. No puede haber mayor desatino.

Hasta el Renacimiento, los pintores no intentaron retratar modelos vivos, y mucho menos se atrevieron con su autorretrato. El primer que lo hizo fue Alberto Durero, con la ingenua creencia de que debía imitar las facciones y vestimenta de Cristo.

En el plano literario, hay un precedente muy temprano en el intento de escribir la autobiografía, en este caso la espiritual o vida interior. Son las Confesiones de San Agustín de Hipona. Por cierto, se dijo de este personaje que fue el primero en desarrollar una extraña capacidad: leer musitando, para adentro, sin tener que declamar en voz alta, como se había hecho hasta entonces.

La acumulación de recuerdos no es más que la constatación de un misterio cotidiano. A saber, las células del cuerpo de uno se renuevan varias veces a lo largo de la existencia, pero, el sujeto tiene clara conciencia de que ha seguido siendo la misma persona. Y eso que ha podido cambiar de forma de pensar, de actitudes básicas, de sentimientos dominantes. Hoy, decimos “escapar”, con un sentido ponderativo para solazarnos con el viaje turístico, la alteración momentánea de nuestro ritmo vital. Sin embargo, es difícil (por no decir imposible) escaparnos de nuestra personalidad, que nos persigue como la propia sombra, vayamos donde vayamos.

Hablando de personalidad, un componente definitivo de la de cada uno es el sexo clasificatorio; lo que, ahora, llaman “género” para general confusión. Hemos entrado en una especie de locura colectiva al aceptar que hay más de dos sexos clasificatorios. Más aún, que uno puede alterar a voluntad el que le corresponde por natura. El paso siguiente será que se puede cambiar, fácilmente, de nombre y apellidos, de nacionalidad o de etnia, entre otros signos de identificación. Queda, por fin, realizar el sueño de que podamos trocar, a voluntad, nuestras memorias. Con todas esas extravagancias, será difícil hacerse cargo de la biografía de uno, al oscilar tanto la fuente de los recuerdos.

La función oculta de la escritura de los recuerdos es la de demostrar (a uno mismo y a los demás) que ha tenido razón en la polémica de la vida. Es un sentimiento que confiere una alta dosis de seguridad. La vida cotidiana es una continua discusión con los próximos, en el doble sentido de conflicto y de acuerdo.

Se podría pensar que todas estas desazones son únicas de nuestra época, particularmente, inestable. No lo creo. Antes bien, son constantes a lo largo de muchas generaciones, de sucesivos siglos. Por una razón, porque los elementos básicos de la naturaleza humana varían muy poco durante largas temporadas históricas. Nuestro tiempo no es tan único o especial como se suele decir, incluso, aunque estemos obsesionados por el cambio climático y otras supercherías.

Algunos buenos escritores introducen sus recuerdos a través de las novelas que pergeñan. Un ejemplo lo tenemos en la serie de memorias de Pío Baroja, las que componen la serie Desde la última vuelta del camino. Tales confidencias ayudan a entender la trama de muchas de sus novelas.

Al relatar sus memorias o recuerdos, el escritor fuerza el argumento para demostrar que todo se debió a sus méritos o capacidades. Es una pura ilusión. En los sucesos vitales intervienen sobremanera las casualidades o conexiones aleatorias. La impresión secreta que produce tal fenómeno es consonante con la fascinación que ejercen las loterías o juegos de azar en muchas personas. Esa misma función la cumple el constante deseo de “suerte”, que se dirige, afectivamente, a las personas del círculo próximo.

La presunción de la suerte nos ayuda a soportar los sucesos adversos en los que todos nos vemos envueltos. Algo bueno podía haber sucedido en nuestra trayectoria vital, aunque no tuvo lugar. La cuestión es esperar otra oportunidad. Eso es lo mejor del voluntarismo.

Al contar o escribir nuestros recuerdos, logramos otra ilusión: la vida se nos hace más larga. Por eso, es una labor que practican los viejos con más deleite.

Amando de Miguel para Libertad Digital

Amando de Miguel

Este que ves aquí, tan circunspecto, es Amando de Miguel, español, octogenario, sociólogo y escritor, aproximadamente en ese orden. He publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. He dado cientos de conferencias. He profesado en varias universidades españolas y norteamericanas. He colaborado en todo tipo de medios de comunicación. Y me considero ideológicamente independiente, y así me va. Mis gustos: escribir y leer, música clásica, chocolate con churros. Mis rechazos: la ideología de género, los grafitis, los nacionalismos, la música como ruidos y gritos (hoy prevalente).

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