
«Seguiré poniendo mi alma en el papel, dibujando líneas en el horizonte, mientras haya lectores y editores empeñados en la literatura, eterna o efímera»
He de decir que siempre he sido un lector compulsivo. Desde que siendo muy niño, mi tío Pablo me regaló mi primer libro “El principito”, no he dejado de leer. Es cierto que, visto con la perspectiva de los años, El principito no es realmente una lectura para niños, aunque así se ha considerado siempre. Si nos quedamos en la superficie, en la piel, podríamos considerarlo un cuento ligero, infantil incluso, pero si profundizamos en lo que subyace en el texto, en lo que el autor no dice pero insinúa de forma solapada, el principito es una filosofía de vida. Hay, en el interlineado de Saint-Exupéry, mucho más de lo que se evidencia en el texto.
Amo profundamente la literatura. A lo largo de mi existencia, nada me ha aportado tanta paz, tanto conocimiento y tanta reflexión como la literatura. Es más, he de decir que, ahora que me he vuelto un forense de las obras literarias, disfruto mucho más aún de la lectura.
Desde el mismo momento en el que empecé a volcar mis pensamientos en el papel, me di cuenta de algo que, hasta entonces, se me había escapado. El escritor, ya sea novelista, periodista o columnista, no solo transmite lo que se encuentra explícito en el texto, sino que, si pone en su trabajo la pasión debida, deja traslucir en él sus sentimientos, sus inseguridades, sus miedos; y, por qué no, sus convicciones y fortalezas.
Es por ello que yo considero una acción valiente sentarse ante el teclado a exponer tu alma al público, que es, en definitiva, lo que hacemos los que ponemos nuestras reflexiones negro sobre blanco. Los escritores, según mi criterio, somos los grandes exhibicionistas del arte, ya que ninguna otra manifestación artística tiene la capacidad de llegar al espectador como lo hace la literatura.
“La literatura es siempre una expedición a la verdad”. (Franz Kafka).
Decía Matthew Arnold que “el periodismo es la literatura apresurada”. Estoy de acuerdo con esta afirmación. Yo creo que el periodista, o al menos el columnista, que es mi campo, siente la llamada de la escritura en el momento más inopinado y es urgente, en general, plasmar aquello que te ha venido a la cabeza, como en urgente se convierte que el lector lo reciba cuanto antes. Así pues, los periodistas somos, por lo general, gente impaciente, que comprende que la inmediatez de la información o incluso de la opinión, no permite demoras.
Me considero, en lo profesional y lo personal, una persona muy afortunada. Desde el principio, he contado con gente que me ha aportado, me aporta y me aportará. He tenido la fortuna de aprender de los grandes, de contar con su tutela y consejo y, en la mayoría de los casos, con su amistad. Desde Alfredo Urdaci hasta Javier García Isac, Pepa Gea, Euprepio Padula, Alfredo Menéndez, Miguel Henrique Otero y un pequeño etcétera que me dejo en el tintero, me han regalado su confianza y sus conocimientos, sus consejos, de manera altruista, como se regala lo más valioso, dándome la oportunidad de trabajar en proyectos periodísticos que se encuentran al alcance de muy pocos. Por eso, cuando Manuel Artero me brindó la posibilidad de entrar a formar parte de “La Paseata”, me sentí privilegiado. Hay gente, como Manuel, que transmite su entusiasmo y su amor por lo que hace, que te envuelve de tal modo que quieres formar parte de su cruzada, literariamente hablando, desde el primer momento.
“Veo a los periodistas como trabajadores manuales, los obreros de la palabra. El periodismo solo puede ser literatura cuando es apasionado”. (Marguerite Duras).
Que en un mundo tan politizado, tan egoísta y tan materialista como el que nos está tocando sufrir, haya gente que entregue su tiempo, su esfuerzo y su ilusión a transmitir la belleza que aportan las publicaciones humanistas, es algo que no podemos pagar. Y me siento orgulloso de formar parte de estos proyectos, de La Paseata, de FanFan y de otras tantas publicaciones que nos aportan, que suman, que positivizan.
Así pues, yo seguiré poniendo mi alma en el papel, al servicio de la cultura, de la información y de la belleza. Publicando mis sentimientos tanto como mis reflexiones, mientras haya lectores, editores, redactores, que sigan empeñados en regalarnos literatura, eterna o efímera. En regalarnos cultura, verdad y vida. En seguir dibujando líneas en el horizonte.