
«Los pragmáticos siguen llevando la mascarilla, ahora tapándose la garganta, la muñeca, el codo etc., pero en general la mayoría reconocen estar todavía muertos de miedo en cuanto se le acerca más gente de lo normal»
“El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no solo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y solo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma”. Aldous Huxley
Una vez llegado al punto legal de poder arrancar de nuestros rostros la maldita y necesaria mascarilla -también denominada bozal si de política hablamos-, se comprueba por las calles las normales y variopintas reacciones resultantes de la manera de interactuar entre nosotros durante esta pandemia. Con el virus chino, la cercanía de la enfermedad artificialmente extendida, y la muerte como mejor forma de desarrollar el adoctrinamiento continuo a través de los medios de comunicación, vemos como unos –los temerosos del rebaño- se niegan a quitársela, otros -los desafiantes- reconocen que nunca cumplieron a rajatabla con la imposición, y algunos -los pragmáticos- la siguen llevando ahora tapándose la garganta, la muñeca, el codo etc., pero en general la mayoría reconocen estar todavía muertos de miedo en cuanto se le acerca más gente de lo normal.
Los psicólogos ya han aprovechado para ponerle nombre al asunto denominándolo “el síndrome de la cara descubierta”, yo lo llamaría más bien “el síndrome de la caradura de los psicólogos”, pero como digo, cada uno hemos interiorizado de manera diferente la pandemia en virtud de lo que nos haya tocado sufrir, por lo que lo más razonable es que el respeto mutuo fluya entre los que han decidido permanecer presos del miedo manteniendo su identidad a salvo, continuando formando parte de lo que quede del nuevo rebaño resultante. “El rebaño del miedo” sin duda de momento es el más numeroso, ya en los telediarios los reporteros “a la buena de Dios” con la fiabilidad que los caracteriza y que durante toda la crisis sanitaria hemos comprobado, lo han cifrado en un 80/20% sencillamente “porque ellos lo valen”. Cuentan embozados como el Gobierno cuenta fallecidos por el Covid, y así todo.

«El miedo siempre ahuyenta a algo o a alguien, pero lo más grave es la perdida de la humanidad en sí misma que provoca»
Y de la controversia por la decisión originada una vez más por decisiones y conveniencia política más que otra cosa, la sociedad en general se ve en la encrucijada de tener que tomar una decisión absolutamente desamparada, tal y como les sucedió a las miles y miles de personas a las que se les dio a elegir entre dos marcas de vacunas para proceder a la segunda inoculación, como si de una marca de refrescos se tratara. Por ello se demuestra que el responsable de este desaguisado una vez más es el Gobierno de la nación, ese mismo que en la misma semana que suelta a golpistas, se saca de la chistera una batería de medidas amables para que embelesen a la opinión pública con la finalidad de crear debates por asuntos irrelevantes. Cuestiones como la que centra hoy la atención, es decir, mascarillas sí o no, pero siempre bajo la responsabilidad del individuo, licencias de obra conseguidas para iniciar exhumaciones de cadáveres de la época de “Maricastaña”, sacando de nuevo a Franco a pasear con la finalidad de contentar a su propia y enajenada gente, la ridícula anunciación por parte de la Ministra de Sanidad -con cara de boba- hablando y riéndose a la vez de no sé qué -con más de 100.000 muertos a las espaldas de su Ministerio y su Gobierno- por el hecho de que dentro de dos meses se podrá volver a entrar en estadios de futbol o canchas de baloncesto, cuando esto ya pasaba en las de categorías inferiores a las que se le aplicaban las restricciones políticas para mantener acogotadas a la afición; son una burla a la inteligencia -al menos de la media- de cualquiera de los españoles que en el día sábado 26 de junio de 2021, les fue permitida la gracia de poder elegir si continuar con la cara tapada o descubierta para protegerse de los supuestos virus flotantes en el ambiente o sencillamente para seguir manteniendo el respeto a la enfermedad fruto de la propaganda estatal y la ignorancia.
Por esto mismo, la cita del inicio del artículo. El miedo siempre ahuyenta a algo o a alguien, pero lo más grave es la perdida de la humanidad en sí misma que provoca. La expresión de la cara es algo que nos caracteriza y sirve para hablar sin palabras, un gesto, una mueca simplemente torciendo la nariz o los labios, dicen tantas cosas de nosotros que no podemos seguir perdiéndonos esa condición humana tan sana que es la comunicación no verbal. Quitarse la mascarilla para muchos será como cuando la válvula de presión de una olla rápida comienza a silbar, notar la brisa del mar, el aire en el campo, el calor del sol, las gotas de la lluvia, y especialmente dejar de sentir la humedad provocada por nuestra propia respiración, para muchos ya es suficiente para guardarla en el bolsillo responsablemente; pero ojo, que para aquellos que les venza el temor y no aguanten la tensión, bien por el miedo a la enfermedad o a la presión social, concedámosles el tiempo necesario que precisen -a diferencia de lo que hicieron muchos de ellos de forma sectaria con los desafiantes y los pragmáticos-, pues no todos vamos al mismo ritmo a la hora de volver a disfrutar de esa pequeñas píldoras de libertad que provoca la percepción de las sensaciones a las que desde siempre estuvimos acostumbrados.
Muchos hablan del buen trabajo realizado por el Gobierno para meter miedo en la población de tal manera que ahora sueltan frases como la de “que buen trabajo ha hecho Sánchez, que la gente no se atreve ni a quitarse voluntariamente el bozal”; desde luego así es y nos lo tenemos que hacer ver como sociedad teniendo en cuenta que según el Tribunal Constitucional, el primer estado de alarma no es legal y se debería haber utilizado la fórmula del estado de excepción. Pero de momento aquí no pasa nada “y admitimos pulpo como animal de compañía”. Nos está quedando un país de vasallos “muy progre y moderno”…