
«Reconozco que todo mi saber es libresco. Mis vacaciones se reducen a aislarme en mi castillo con mis libros y sumergirme en la literatura»
En nuestro mundo, una de las cosas que más importan es disfrutar. Por tanto, el periodo de vacaciones, por mor del clima, justifica que la vida pública se reduzca a un mínimo ceremonial. Es el momento que aprovechamos los escribidores para evadirnos un poco de la tarea de comentar la actividad política. En su lugar, nos divertimos con asuntos más personales o que afectan, mayormente, a los intereses reales de los lectores. Yo, desde luego, seguiré con mi propósito de hacer pensar a los eventuales leyentes; solo, que me adentraré, más bien, en el terreno de la intimidad o la literatura, que viene a ser lo mismo.
Acabo de ordenar la baraúnda polvorienta y silenciosa de mi biblioteca, repartida por todas las habitaciones de la casa. Realmente, es una librería donde, también, se vive. Una gran parte de los libros están, ya, en perfecto estado de revista, dispuestos a ser leídos o releídos. Esta última operación es más grata. Es como la segunda vez (o ene veces) que se ve una película bien hecha; dice más cosas.
Me he pasado media vida, acumulando libros para poder embaularlos, tranquilamente, en la vejez. Es lástima que, al llegar a este momento culminante, mi retina esté tan “degenerada”; así, lo dicen los expertos. La pobre ha trabajado sin desmayo casi tres generaciones. Acabo de estrenar una lupa china, ya que no hay manera de aumentar el tipo de letra impresa, como sucede con los cachivaches electrónicos. Lo peor es que, siempre, he escrito a mano, y, ahora, mi letra me resulta indescifrable. Mi amigo Damián Galmés me sugiere que pase a escribir, directamente, en la pantalla del ordenador, con el tamaño de letra más conveniente. No sé si sabré adaptarme a tal modo de proceder. Tarde piache, que decía el gallego en boca de Sancho Panza.
Puestos a elegir, dejaré a un lado los mamotretos sociológicos o similares, para sumergirme en la literatura intimista, la que me ayude a entender la naturaleza humana con todas sus variaciones. No tiene por qué ser la que se escribe, ahora, mismo. Me dice más la de los escritores de mi generación en sus años mozos o, incluso, la de los autores de las generaciones precedentes. Pasa algo parecido con las películas, antiguo que es uno. No quiero concluir, sin más, que en estos años que vuelan, arrastramos una especie de decadencia de la cultura en todas sus manifestaciones. Pero, algo hay de eso. Véase, si no, el indigente currículum de las personas al frente de los ministerios de Cultura, Educación o Ciencia en el Gobierno actual. La historia de España nos dice que los periodos de declive político coinciden con una cierta magnificencia cultural, como, por ejemplo, la primera parte de los siglos XVII y XX. Han recibido los títulos, respectivamente, de siglo de oro o de plata de la cultura española. Pues bien, ahora, tenemos, al mismo tiempo, decadencia política y marasmo cultural. En donde, se demuestra que las constantes históricas no son muy acertadas.
Por las razones expuestas, interesa, hoy, más que nunca, la comprensión de lo que le pasa al hombre por dentro. (No hace falta decir “hombres y mujeres”, lo que sería un baldón para el hemisferio femenino). Así, se entenderá por dónde discurre la selección de mis lecturas de estos días estivales. Tampoco, creo que resulte un centón de citas de una cuadrilla de autores, más o menos exóticos. No es mi estilo. Prefiero trasladar a la pantalla de los lectores mis preferencias literarias, por muy vulgares que parezcan.
“Un penique por lo que estás pensando”, dicen los angloparlantes para sonsacar algo al interlocutor. (Se dice que la frase hecha la expresó, primero, Tomás Moro). En este caso, el recurso para hacer pensar al lector será la vivencia del autor, perfectamente, libérrima, mas, no arbitraria. Por eso, reconozco que todo mi saber es libresco. Mis vacaciones se reducen a aislarme en mi castillo con mis libros. Habrá que recordar el famoso soneto de Quevedo. Vaya el primer cuarteto: “Retirado en la paz de estos desiertos/ con pocos, pero, doctos libros juntos/, vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos”. Debo hacer constar que los “desiertos” son paisajes con pocas personas, no con escasa vegetación. Yo, siempre, tan pedagógico; maestrillo que soy.
Amando de Miguel para Libertad Digital.