
Dicen que la mayoría son moderados. He conocido algunos y me han parecido buenas personas, aunque no hablé con ellos apenas de religión. Por tanto, no puedo contradecir en nada a la premisa inicial según mi experiencia.
«El miedo de los infieles es comprensible porque esos salvajes también rebanan el cogote a los suyos, pero no se puede vivir siempre así»
Pero lo que también he podido constatar es que, salvo escasas declaraciones puntuales en los medios tras un atentado y alguna protesta aislada, no existen condenas generalizadas ni manifestaciones masivas contra las fechorías que perpetran sus hermanos radicales. Todos esperamos que alguien diga que su religión no es eso, pero hasta ahora el silencio suele ser la respuesta habitual.
Y a la mente vienen otros silencios envueltos en aromas de miedo y a veces también de aprobación. Recuerdos de sangre en las tierras del Norte cuando la mayoría callaba o miraba para otro lado e incluso algunos recitaban aquella máxima infame: “Algo habrá hecho”. Eso por no hablar de los miserables que se jactaban de recoger nueces o que consideraban a aquellos asesinos malnacidos poco más o menos que chicos descarriados.
No, que no tenga que pensar mal. El miedo es comprensible porque esos salvajes también rebanan el cogote a los suyos, pero no se puede vivir siempre así. Que no vuelva a recordar aquellos mensajes de los viejos curas de antaño que se ponían imponentes cuando afirmaban que nuestra religión era la única verdadera. Porque solo hay un Dios con distintos nombres que no admite eso de los “infieles”, que ya es muy viejo. Él es Amor y sin excepciones.