
«El control de los medios es un disparate lógico, pero, muy consecuente con el actual sistema de la virtualidad de la opinión pública, escorada a babor»
La democracia es el sistema político ansiado por casi todos los países y movimientos políticos; solo, que cada uno lo entiende a su manera. Lo que tienen de común sus distintas manifestaciones es que pretenden contar con los sentimientos, usos y actitudes del grueso de la población, con la opinión pública. Ese término no debe confundirse con los modos de pensar de la mayoría del vecindario, aunque, se atiene a los que descuellan, los dominantes. Los cuales responden a las doctrinas de diversos grupos bien situados, en principio, independientes de los partidos políticos.
Es difícil averiguar el hecho de por qué unas opiniones se imponen sobre las contrarias. Influyen modas intelectuales (lo que se lleva en la forma de pensar) y, concretamente, el peso del poder político al fomentar unas u otras formas de ver el mundo. A su vez, los grupos de opinión dominantes refuerzan la permanencia en el poder de ciertos partidos y de las personas o camarillas que mandan en ellos. Cuentan, de forma específica, los medios de comunicación y los llamados “líderes de opinión”; ahora, también, los «influencers» (horrible terminacho) al frente de las redes sociales más visitadas. En la España actual, la opinión pública hegemónica es la que podríamos llamar progresista o de izquierdas, y no, solo, porque gobiernan.
La batalla política es algo más que la confrontación de los partidos políticos para llegar al Gobierno y mantenerse en él. En la situación española actual, se establece la dicotomía entre un Gobierno de España de carácter progresista o de izquierdas frente a una oposición conservadora o de derechas.
El auténtico antagonismo se dibuja entre dos mentalidades para el conjunto de la población. Una de ellas, la dominante, se caracteriza por anteponer, como valor personal, el de disfrutar de la vida individual. Frente a ella, se alza el valor alternativo para una minoría del vecindario: el esfuerzo continuado en el estudio, el trabajo y la formación de una familia. Esas dos mentalidades básicas son previas a la pugna, propiamente política o electoral. La mayor parte de la opinión pública se decanta por los valores que caracterizan al progresismo hegemónico. La mentalidad conservadora no hace mucho por oponerse a las propuestas de la izquierda.
La mentalidad progresista o de izquierdas conduce, inexorablemente, a la minoración de la productividad económica, a una escasa creatividad cultural y a un estilo de gobernar proclive a la técnica de la subvención. Parecerá muy vulgar esa centralidad del dinero; pero, efectivamente, lo que se admira es que uno pueda hacerse rico en poco tiempo. Se comprenderá la naturalidad con que se muestran los casos de corrupción política, esto es, el mal empleo de los dineros públicos para el medro individual. Es, casi, una consecuencia natural de la actividad de todos los partidos políticos que tocan poder.
El fruto necesario de los valores prevalentes en la política es que el Gobierno se ve obligado a subir, constantemente, los impuestos, sea cual fuere la coyuntura económica. Lo cual significa un constante aumento de la deuda pública. Para obviar tal inconveniente, el Gobierno actual maneja con maestría los hilos de la propaganda y el control de los medios, singularmente, la televisión. El creciente intervencionismo del Gobierno es consonante con una general ineficiencia de la burocracia pública y, también, de las grandes organizaciones privadas. No es casualidad que el relato (como, ahora, se dice) de los partidos participantes del Gobierno se asiente sobre un estúpido trampantojo: hablar del Estado para no mencionar España. Es un disparate lógico, pero, muy consecuente con el actual sistema de la virtualidad de la opinión pública, escorada a babor.
© Amando de Miguel para Libertad Digital.